martes, 14 de junio de 2011

Aquel viejo par de zapatos...

Te lo dije, están perfectos – dijo Valeria casi gritando de emoción, mientras su risa se atenuaba en una graciosa sonrisa al ver el rostro de Diego al ponerse aquellos zapatos.

Esa mañana, mientras Diego se preparaba para salir a almorzar, le comentó a su madre que iba a aprovechar la salida para comprar algo de ropa. Pensaba adquirir una camisa manga larga pues dado el frio de la zona donde trabajaba era pésima la idea salir a la calle en manga corta.

Deberías comprarte un par de zapatos de vestir – le respondió inmediatamente su madre. Diego miró a su madre con cara de no empieces otra vez, nunca logró entender la fijación de su mamá para sugerir que usara esas cosas. En lo que a él concernía, no había nada más cómodo para salir que usar un buen par de zapatillas con cápsula de aire. Aunque en realidad, ya había empezado a usar casi a diario las botas CAT que inicialmente había comprado para el trabajo, eran bastante cómodas y los usaba a su vez indistintamente para salir cuando estaba en la ciudad.

Mamá, tú sabes que allá llueve en el momento menos esperado, los compraría sólo para maltratarlos – arguyó inmediatamente.

¿Pero acaso todo el tiempo paras en campo? ¿Y cuando sales a hacer cosas por la ciudad? Siempre andas con esas botas a todos lados, deberías ser más formal, además no sé cómo sales a bailar con semejante peso en los pies y por último un par de zapatos formales siempre son necesarios – le replicó su madre.

Diego la miro resignado, siempre se preguntaría si era sólo su madre o todas y quizá cada una de las madres existentes en el mundo eran así. Si un genio encantado le hubiera dado el poder de reformar su guardarropa, ella lo hubiera llenado de pantalones, camisas, zapatos de vestir, y ternos.

Olvídalo, no voy a gastar en algo que no me gusta y que además no voy a usar, nos vemos – le respondió finalmente mientras se despedía de ella.

Tu mamá tiene razón – le objetó Valeria mientras almorzaban, Diego odió el momento en que se le ocurrió contarle el dialogo de la mañana. Nunca logró entenderlo a pesar que su madre siempre odiaba todo lo que se relacionara con ella, Valeria siempre le daba la razón en todo.

Es tu madre, hazle caso por favor, ella sabe - Solía decirle, mientras lo abrazaba tratando de hacerle entrar en razón, ya había perdido la cuenta de cuántas veces había escuchado aquella letanía, tal vez tantas como cuando su madre afirmaba contundentemente no me hables de esa…

Además cuando vamos a Stigma debes ir en zapatos y si bien es cierto te dejan entrar con las botas, no se ve bien que vayas así – argumentó finalmente Valeria.

Vale, aunque trato de venir seguido a verte a ti y a mi mamá, cuando vengo, no siempre vamos a Stigma, sólo ocasionalmente, prefiero comprarme algo que me pueda ser más útil – replicó Diego. Pensó en dejar que el tema se diluya al finalizar el almuerzo y buscar sólo la camisa. Sin embargo, al entrar a una tienda, encontraron una sección de zapatos – veamos cuál de estos te gusta – le dijo Valeria animosa mientras lo jalaba de la mano a la dichosa sección.

No me gusta usar esas cosas – respondió Diego ya cansado, por enésima vez en ese día.

Vamos, sólo pruébate algunos y si no te gustan no te compras nada – replicó Valeria, mientras lo miró como diciendo ¿y qué tienes que perder?

Diego accedió de mala gana, de cualquier forma ya sabía lo que iba a pasar, se probaría algunos modelos, ninguno le gustaría o no se lograría sentir cómodo con ellos. Luego de mirar con desdén la mayoría de zapatos y cuando pensó que podrían irse finalmente, Valeria señaló un par y le dijo - esos te van a gustar. Diego solo atinó a mirarla con cara de pocos amigos pues ya estaba aburrido y sobrecargado por estar ahí, pero antes de que dijera algo, Valeria le pregunto al vendedor si tenían la talla de Diego.

El vendedor les pidió que esperaran un momento mientras él conseguía el número. Diego miró el zapato frunció el ceño y dijo – Vale, sabes que odio los zapatos de punta cuadrada.

¿Pero, por qué? Están bonitos, te van a quedar bien, vas a ver – le dijo Valeria, mientras le lanzaba a Diego la mirada que generaba en él esa sensación en el pecho que jamás podría describir.

Siempre sintió antipatía por aquellos mocosos esnobistas que una vez que eran nombrados ejecutivos junior de alguna empresa, lo primero que hacían era comprarse zapatos de punta cuadrada, un pantalón de alguna marca conocida y empezar a actuar como si fueran dueños del mundo, no quería parecer uno de esos poseros emperifollados. Sin embargo, prefirió no decir nada y se quedó en silencio mientras observaba encandilado a Valeria tratando de convencerlo de que los zapatos le iban a quedar bien.

Diego recibió los zapatos y se los puso con desgano. Sin embargo, los sintió bastante cómodos, más que cualquiera de los otros zapatos que se había probado antes. Además, el modelo era simple, sin monerías ni costuras en exceso, casi llano, a decir verdad le gustaron desde el momento en que se los probó, no lo podía creer y no pudo evitar deslizar una sonrisa.

Te lo dije, están perfectos – dijo Valeria casi gritando de emoción, mientras su risa se atenuaba en una graciosa sonrisa al ver el rostro de Diego al ponerse aquellos zapatos.

En realidad, Diego debía aceptar que Valeria siempre tuvo gusto para escoger ese tipo de cosas, por eso prefería ir a comprar con ella, tenía la de cualidad de ver lo que le quedara bien casi con precisión; en más de una ocasión cuando se había puesto algo que le había ayudado a escoger Vale, mas de una amiga le había comentado lo bien que le quedaba. Al principio se sentía incomodo, pero poco a poco aprendió a sonreír al escuchar los comentarios y luego se lo trasmitía a Vale. En otras ocasiones, cuando Diego tenía que buscar algo para su madre, quien solía ser algo difícil de complacer con los regalos, Valeria sabía escogerlo apenas con verlo – Lo que me has comprado está muy bonito, ¿Dónde lo has conseguido? – Solía decirle su madre - Por ahí, fui buscar en las tiendas y una vendedora me lo sugirió, me alegra que te guste – le contestaba Diego, nunca le confesó que Vale le había escogido el regalo porque su mamá le hubiera encontrado algún defecto.

Está bien, me los llevo –respondió Diego resignado, el vendedor los miró sonriente y sin poder refutar nada, Diego fue a pagar en caja.

La luz se filtraba por las cortinas que cubrían la ventana alta de su cuarto, no sabía exactamente qué hora de la mañana era, pero intuía que eran más de las 10. Su estomago hervía como un horno por la resaca producto de la borrachera que se había mandado la noche anterior junto con su primo y un par de flacas la noche anterior. A pesar de eso, sabía que tenía que cumplir la promesa tantas veces postergada de arreglar finalmente su cuarto y así probablemente vendrían a verlo al mediodía para el ceviche de corte y la respectiva continuación de la juerga, así que tenía que darse prisa.

Empezó a acomodar una a una las cosas que tenía regadas por todos lados y llego al rincón donde arrumaba las cosas que guardaba en caso las necesitara. Se sentó en el suelo a escogerlas y en su cabeza retumbó la voz de su vieja preguntándole para qué guardaba cosas inútiles.

Varias de las cosas estaban embolsadas, una costumbre que ya había aprendido que debía desterrar pues la humedad de Lima enmohecía todo lo que se almacenara de esa manera, pero a pesar de todo seguía haciéndolo, en una de las bolsas encontró un par de zapatos viejos.

¿Qué haces guardando estos zapatos? ya están muy viejos, creo que todo el año pasado los has usado casi de diario, deberías botarlos – le había dicho su madre un año antes, mientras lo ayudaba a acomodar sus cosas en su maleta para el regreso en una de las pocas ocasiones en que había podido ir a visitar a su familia ese año.

Déjalos ahí, a veces los uso – le respondió Diego mintiéndole.

Cachivachero – le dijo su mamá, meneando la cabeza.

Mientras miraba los zapatos, sintió un ardor nuevamente al recordar las calurosas tardes verano en el departamento que ella alquilaba, tan diferentes al crudo invierno en el que ahora vivía, aunque ese ardor ya nunca más lo sentiría en el pecho. Recordó la combinación de los olores de la comida recién cocinada, los platos sin lavar almacenados sobre el lavabo y el sonido cíclico del ventilador removiendo el aire caliente, mientras se hacían el amor licenciosamente apenas iluminados por la luz azul de la lamparita giratoria que alguna vez se les había ocurrido comprar mientras paseaban por el centro de la ciudad, en el pequeño departamento en el que hambrientos el uno del otro trataban de explorarse hasta el último sórdido rincón, como si estuvieran tratando de filmar la escena calentona de una bizarra película clase B al ritmo de bigger stronger.

Los recuerdos emergían a borbotones, se percató que hacía poco se había cumplido un año más desde aquella ocasión en la que había viajado todo un día para poder ver a Valeria, llamando a sus amigos para saber de ella, pensando en cómo la encontraría al llegar, para finalmente llegar a su lado y hacerse promesas que luego ninguno de los dos cumpliría.

Sólo pudo esbozar una leve y tenue sonrisa, espantó todos aquellos recuerdos que hacía mucho tiempo había decidido desechar, ya no sabía nada de Valeria y se dio cuenta, como decía su vieja, que los zapatos solo eran un cachivache más, los volvió a meter en la bolsa y los arrojó a la basura.


I wanna be bigger, stronger, drive a faster car, to take me anywhere in seconds, to take me anywhere I wanna go and drive around a faster car, I will settle for nothing less…


lunes, 6 de junio de 2011

Una lucha a la luz de la luna

Ambos guerreros entraron al ruedo de batalla, lanzando un grito al unísono. Sin embargo, el bronco y grave bramido del guerrero contrastaba de manera enfrentada con el agudo y asesino grito de ella.

El guerrero entro corriendo, mientras blandía su espada con ambas manos, pues él nunca usó un escudo, su nombre era Erfaren, había sido criado para ser un guerrero y desde pequeño le enseñaron que la mejor defensa era el ataque. Cuando era necesario, giraba su espada de uno a otro lado para desviar los golpes de sus enemigos, mientras se movía buscando la posición adecuada para lanzarles un mortal golpe, tenía en su cabeza el dogma que el empleo de un escudo era innoble de un guerrero.

La guerrera entro al ruedo con un vigoroso salto, lanza en ristre en la mano derecha y un largo escudo en la izquierda. Su nombre era Rein, venía de un pueblo antagonista al de Erfaren, pero ambos estaban lejos de sus tierras, en una nueva tierra, agreste y belicosa, Rein no solía usar espadas, prefería la lanza para atacar de forma directa puntos definidos de su oponente, era bastante rápida y ágil así que desde pequeña había aprendido a esquivar los golpes. Sin embargo, luego de muchas luchas había forjado un escudo, no por miedo al enemigo sino porque no quería darle a nadie el lujo de lastimarla nuevamente.

Erfaren entró a la lucha decidido a acabar con su oponente lo más rápido posible, asestó un golpe circular sobre Rein cuando ella estaba en el aire dispuesta a clavarle su lanza. Pero el poderoso escudo forjado con sangre de su dueña la protegió del fuerte golpe.

Rein resistió el embate de la espada enemiga y se posicionó rápidamente, debió haber aprovechado el factor sorpresa y hubiera podido aniquilar a Erfaren inmediatamente. No obstante, algo la hizo dudar cuando se encontró él, tal vez la noche, tal vez la luna, o tal vez simplemente ya se estaba haciendo demasiado vieja para todo esto, sin embargo la lucha era su vida y jamás renunciaría a ella.

Erfaren, la miraba embelesado, era una oponente a la que debía matar, sin embargo cada movimiento de ella le llamaba la atención, su actitud de lucha, sus movimientos felinos le despertaban sentimientos encontrados.

Intercambiaron algunos golpes e intentaron algunos movimientos tratando de sorprender a su oponente, pero por alguna razón embargo las fuerzas estaban equilibradas. Danzaron en círculo mientras la luna los admiraba sombríamente y el silencio de la noche sólo era cortado por el susurrar del viento frio.

Intempestivamente el Erfaren levantó su espada dispuesto a partir a su oponente en dos, el escudo se levantó raudo a proteger a su dueña mientras la lanza salió disparada buscando la sangre en el torso de su enemigo, sin embargo la espada sólo encontró el escudo nuevamente y la lanza aunque rasguñó la piel del guerrero, al final erro el golpe.

Ambos observaban los movimientos de su oponente tratando de hallar el momento adecuado para acabarlo. En uno de los giros que daban uno alrededor del otro, Rein aprovecho su velocidad para golpear en la pierna a Erfaren con un contundente golpe de su lanza, el guerrero no pudo desviar el golpe con su espada y cayó de bruces al suelo, Rein se lanzó sobre él dispuesta a atravesar a su enemigo, sin embargo mientras caía, Erfaren realizó instintivamente un giro de su espada, haciéndole un corte en la pierna a Rein. La guerrera erro el golpe que iba dirigido al torso de su enemigo, pero logró lesionar su hombro derecho

Ambos rodaron por el suelo, tranzados el uno al otro, mientras trataban de no perder sus armas; cuando se separaron, Erfaren levantó su espada con ambas manos dispuesto a dar el golpe final, aún así el hombro lastimado hizo que realizase el movimiento lento e inocuo, Rein aprovecho el momento, se apoyo en su escudo apenas arrodillada en el suelo y lanzó una estocada de manera automática con su lanza.

El aguijón penetró en el abdomen del guerrero y cayó de rodillas, al suelo, mientras trataba de sujetar la lanza que lo había herido mortalmente. Erfaren se desplomó finalmente mientras Rein se erguía agotada crispada a su escudo, de un compartimento interno del mismo sacó una pequeña y afilada daga dispuesto a degollarlo, Erfaren yacía boca arriba con una respiración agitada tratando de luchar a pesar de que sentía que su hora había llegado.

Rein se sentó sobre él colocando sus rodillas a ambos lados de su torso, por primera vez en la noche pudo fijarse en su mirada, era la misma mirada que ella veía cada mañana cuando bajaba al lago a lavarse en las mañanas, se detuvo abstraída y por primera vez en toda la noche se dio cuenta de que ambos compartían el mismo vacío. Se sacó el casco y acercó su rostro al del guerrero abatido, tocó su rostro y beso sus labios, un calor excitante penetró en ambos, sus lenguas se entrecruzaron explorándose el uno al otro, tal vez tratando de insuflarle un último aliento de vida a Erfaren, Rein puso su mano con el puñal dentro de la mano de Erfaren y le susurro al oído – sabes que yo no puedo hacerlo, hazlo tu por mí, acabemos con esto.

Erfaren la miró sorprendido, ella le dijo – hazlo por favor.




El guerrero empuñó la mano de Rein que sostenía la daga y la clavó en el corazón Rein, ambos corazones dejaron de latir al mismo tiempo, la luna se despidió de ellos dejando sus cuerpos en un abrazo eterno mientras los espíritus de ambos guerreros entraban juntos al Valhalla.




Damn my situation and the games I have to play with all the things caught in my mind
Damn my education I can't find the words to say about the things caught in my mind...

Me and you what's going on?
All we seem to know is how to show the feelings that are wrong

So don't go away, say what you say

Say that you'll stay forever and a day... in the time of my life
Cos I need more time, yes I need more time just to make things right