martes, 29 de enero de 2013

Una tarde de verano


5 de la tarde de un domingo de verano en Lima. Estoy cerca de casa y tengo tiempo para arreglar mis cosas antes de regresar a la ciudad hecha de cajitas, así que decido tomar un bus.

Lleva, lleva, dice el cobrador como si fuera una frase del antiguo crazy combi. En el siguiente paradero sube un señor de pelo cano con un viejo violín, me llama la atención inmediatamente, normalmente suben con flautas, tambores, guitarras y acompañados de algún cantante ocasional, pero pocas veces con un violín.

Y es que como leí alguna vez, el violín es uno de los instrumentos que si sabe ser bien tocado puede dar las notas más dulces. En cambio, en malas manos puede sonar peor que un gato al que le están apretando las tripas.

El señor se presenta cortamente y nos anuncia que nos va a tocar una del indio Mayta, e inmediatamente empieza a sonar la matarina. Una canción alegre, de aquel carnaval al que no podré ir nuevamente este año, pero que al ser tocada con el violín, me envuelve de nostalgia. Nostalgia, de una tierra de la que me fui hace tiempo.

Me parece ver a mi primo con su poncho de colores mientras yo estoy con el poncho blanco que me alguna vez me compraron cuando era pequeño, mi madrina se ríe a carcajadas al vernos juntos y los cuyes corren asustados a esconderse detrás del fogón de leña en el que la shuca solía cocinar.

El señor canoso empieza a cantar la canción y esta suena un poco más alegre, la imagen cambia y veo a gente bailando alegre al ritmo de la matarina, no sé si es algún recuerdo (aunque no lo creo) o es mi imaginación echándose a volar. Sin importar cuál de las dos opciones sea, sonrío con las imágenes y estas empiezan a aparecer una tras otra. Los viajes a Cajamarca, las noches de juerga chotana, los caminos a Andabamba, el frio de Hualgayoc, las caminatas al amanecer en Choropampa, las cabalgatas a caballo para poder llegar a algún pueblo, las miradas al anochecer cruzadas al anochecer y las palabras susurradas al oído deseando que no amanezca.
El señor canoso, termina la canción y empieza a pasar la gorra, los recuerdos se van inmediatamente, y me veo nuevamente en la combi, en el tráfico de Lima la horrible, le doy unas monedas, y me pregunto, Viejo violinista, que haces aquí? Viniste como todos, buscando un mejor futuro? Extrañas tu tierra, a tu familia? Y me doy cuenta que esas preguntas también son para mí.

Chiclayo siempre será mi hogar, Cajamarca será un lugar que siempre recordare con cariño, pero Lima La horrible poco a poco se está convirtiendo en mi casa.


Matarina matarina, matarina de algodón,
Si no lloran tus ojitos, llorará tu corazón...





sábado, 19 de enero de 2013

5 a.m.



Mi primera alarma suena a las 5 a.m. sin embargo, quiero dormir un poco más y me resisto a levantarme de la cama. A las 5:10 me levanto apurado o de lo contrario ya no tendré tiempo para poder ir a desayunar.

Lavarse, afeitarse, cambiarse la pijama por la ropa de trabajo y chequear un momento el celular antes de salir, se han convertido en los pasos que repito todos los días al despertarme en la ciudad hecha de cajitas.

Al salir, veo a otra gente movilizándose al comedor al igual que yo. En contraste, otros se van a sus cuartos a dormir durante el día, son los que han trabajado mientras nosotros dormíamos, y es que la ciudad hecha de cajitas no se detiene nunca, siempre está en movimiento. Aquí voy, a darle un día más, porque aunque a veces me cueste, yo tampoco puedo parar...



Hold the line, friend of mine,
sing a song, soldier on...

Come the day, come the night,
I’ll be gone, soldier on...